jueves, 20 de abril de 2017

Viernes Santo

Rey Cristián 3908, Santiago de Chile
Providencia
Jueves, 20 de Abril de 2.017

Viernes Santo

En Viernes Santo tuve día libre. Y salí a caminar por Santiago. Es bello Santiago de Chile; es una ciudad que me gusta mucho a pesar del poco aprecio que le tienen los santiaguinos.
Me fui caminando desde la casa donde alquilo una habitación, hasta el centro, dando una vuelta por el Parque Baquedano, Agustinas, Merced, La Alameda… Mucho para ver… Y aún más para gastar.
Mientras caminaba solo, reflexionaba acerca de mi nueva vida en Chile. Del camino que recorrí para llegar hasta aquí. Del tiempo que pasé los últimos años en mi ciudad, el trabajo, mi sustentabilidad personal… Sí, pienso muchísimo en el dinero. No es una obsesión; no es un deseo. Es una necesidad. Una gran parte de mi día hago cálculos matemáticos y cuentas en los adentros de mi mente. Pienso en porcentajes. El monto que cobro mensual por trabajar. Cuánto es el equivalente diario. Cuánto dinero pierdo si falto un día al trabajo. Cuánto sale el combustible en la gasolinera más cercana al trabajo. Cuánto me ahorro en un tanque lleno si cargo ahí en lugar de en Santiago. Que cuánto cuesta el combustible diario que utilizo para llegar a Peñaflor a trabajar. Que cuánto será a fin de mes. Que si debo pedir un bono de combustible. Que cuánto puedo ahorrar mensualmente sin escatimar el resto de los gastos básicos de mi vida. A ese ritmo que cuánto tardaré en comprarme una moto mejor. Que cuántos dólares son un millón de pesos chilenos. Que cuánto está el cambio. Que cuánto voy a gastar cuando cambie la transmisión de la moto. Qué cuánto me va a costar el aceite de motor cuando toque el cambio. Que cuántos días me va a durar el aceite si hay que cambiarlo cada tres mil kilómetros y hago aproximadamente ciento veinte diarios para llegar al trabajo y volver a la casa. Qué cuánto será el gasto mensual del vehículo. Que en una concesionaria Honda sale diez lucas, pero en la Yamaha sale ocho; pero en Lira puedo encontrar varios precios, pero ninguno muy por debajo de las ocho lucas.
No me gusta para nada. Es duro estar todo el tiempo pensando esas cuestiones. No lo hago por deseo. Es por necesidad. Pero yo puedo soportarlo. Más vale que va a seguir habiendo gente que me diga que está mal, que deje de pensar esas cosas, que son el motivo de mi desdicha. Pero la verdad que aprendí a la fuerza es que si no me preocupo del dinero, termino perdiéndolo, pagando más caro, con más necesidad, haciendo cosas peligrosas, descuidando normas de seguridad, descuidando mi salud física y mental… Y en fin, que mi desdicha aumenta si no soy receloso del dinero que gano y de mis gastos. Y lo digo porque es verdad. ¿Cómo no se los voy a decir? Si se los estoy contando para darles una mano.
Este texto está dedicado para mis amigos. Y para toda la gente que estoy conociendo aquí en Chile. Gente trabajadora la mayoría. Los que más precio yo. Aquí quiero contarles las cosas que veo por donde paso y lo que yo personalmente pienso sobre ello en este momento de mi vida y bajo las circunstancias en que vivo.
En Viernes Santo voy caminando por Santiago y de cada diez locales, nueve están cerrados. Hoy no se trabaja acá. Qué diferencia con Argentina. Semana Santa, tremenda oportunidad de vender para los comerciantes ¿Quién va a cerrar allá?
Santiago es rico. Muy rico. Bueno… Sobre todo la zona por la que camino en Viernes Santo. Hay autos importadísimos. Más que caros. Edificios, casas hermosas. Hay trabajo. Menúes de treinta lucas. Hay ropa preciosa. Zapatos de cuero. Bueno… ¿qué más decir? De todo lo que se pueda comprar y consumir.
Pienso qué diferencia de esa Semana Santa hace cuatro años cuando estaba escribiendo mi primer libro. Pienso qué diferencia ahora que tengo la heladera llena, la alacena llena, con el esfuerzo de mis manos, con las quemaduras que llevo en mis dedos y en mis brazos. Con los tratos que soporto y lo mucho que amo el trabajo que hago; y el orgullo que me inspira. Qué diferencia de esa semana santa en la que amanecía en el quincho de casa de mis padres, por la piedad de mi mamá. Después de que Sergio que era mi amigo me hiciera robar mi moto con la que me movía y trabajaba. Después de chocar el auto de mi papá, de haber vendido la Ninja dos cincuenta que nunca armé, de haber entregado la plata para arreglar el auto. Después de haber perdido toda ilusión de viajar a Estados Unidos, de formar una pareja con Mónica… Esa Semana Santa iba al Luciana, al almacén del barrio a comprar pan y vino. Y ese era mi almuerzo, exiliado, mientras mi viejo almorzaba en la casa. Y comiendo pan y tomando vino pensaba en Cristo. Estaba comiendo de su cuerpo, bebiendo de su sangre.
Qué diferencia de ese gran abandono que había sentido con esta sensación que me invadía en esta Pascua.
Pensaba en el camino que recorrí para llegar a Chile. Del portaequipajes monstruoso que me construí y que nadie creyó que fuese a resultar. Estaban todos a la expectativa de que falle, de que me accidente, de que tenga que renunciar. Y yo no di el brazo a torcer y aquí llegué.
Pensaba en la fuerza de voluntad que me hice. Pensaba que me hice fuerte. De cuerpo y de mente. Para afrontarlo todo. Para resistir y salir adelante. Y Pensaba a toda la gente que dejé en el camino. Todas las veces que lo intenté y fallé. En formar una pareja, en sacar a un amigo de una adicción, en motivar a un deportista… Todas esas personas para mí tienen un nombre, una historia, son personas reales, vivas, no son objetos, no son seres que estuvieron ahí para acompañarme y se extinguieron. Allí están, con sus historias, con sus nuevos triunfos y derrotas. Pero yo no estoy allí con esas personas.
Y pensaba que quién me envió a hacerme fuerte, a sobrepasar todas esas dificultades. A hacerme este hombre nuevo que puede afrontarlo todo hasta la muerte sin rendirse. Pensaba que en otro tiempo despreciaba el dinero y las cosas que se podían comprar con él. Que temía tener cosas porque entonces una mujer se iba a fijar en mí por lo que tenía y no por lo que soy, y cuando no tuviese más, me iba a dejar. Y todo eso pude vencerlo. Mis miedos los superé.
Y mientras paseaba por Santiago, miraba los autos que tienen las personas, y los departamentos de los edificios y los patios bellos. Y pensaba si yo podía tener algo de eso. ¡Claro que puedo! Estoy trabajando. Me mantengo solo. Tengo habilidad para el trabajo. Puedo hacer cosas que otros no pueden. Me hice un hombre recto y preocupado, de buenas intenciones. Por supuesto que puedo tener eso y mucho más. Qué cuánto sale un departamento, cien millones… Y yo puedo ahorrar cien mil en un mes. Sí, ¡Igual puedo!. Voy  a ganar más. Voy a trabajar más. Voy a cobrar más. Yo lo quiero. Quiero el auto. Quiero la casa. Quiero la vida ordenada. Quiero las vacaciones. Quiero la mujer fiel. Y puedo. ¡Por supuesto que puedo! Necesito paciencia y la tengo. Necesito resistir y sí puedo resistir. Todo eso está ahí. Vean a esa gente que lo tiene. ¿En qué son diferentes de mí?. Yo puedo. No soy menos persona que esas personas que tienen esas cosas. No voy a sentirme inferior. No sería inteligente. Yo sí puedo.
Y ese es mi mensaje para todos ustedes. Ustedes pueden. Háganse fuertes. Soporten la soledad. Controlen sus pensamientos. Persigan sus sueños. Van a poder. Sin duda. Sean pacientes con las personas negativas. Sepan hacer oídos sordos de las malas críticas. Vean a las personas a los ojos y con el corazón que no van a fallar.

Yo estoy acá. Estoy solo, estoy en la mía. Pero estoy con ustedes. Y esto lo hago porque los quiero. Porque puedo y me esfuerzo por hacerlo y porque sí vale la pena. Porque a alguno de ustedes estas palabras ahora le están quitando el peso de su soledad y lo están llenando de esta fortaleza y este amor infinito que yo siento. Se puede confiar en las personas. Se puede salir adelante. Se puede superar lo malo y lo difícil. Todo esto es cierto. Y yo quería contárselos. Aquí lo tienen.

Matías Pablo Echevarría
2017

miércoles, 19 de abril de 2017

Besos Robados

Rey Cristián 3908, Santiago de Chile,
Providencia
Miércoles 19 de Abril de 2017
(Día del censo)
BESOS ROBADOS
Para mis amigos que más lo han intentado
con todas las mujeres que han entrado en sus vidas

Tengo un paquete de besos robados
Que encontré de oferta
Un paquete de besos robados que me adueñé
Y que he consumado

Tengo un paquete de besos robados que no regalo
Que te aconsejo
Si te ofrecen
No hagas caso de ellos

Los he consumado
Besos con sabor a poco
Labios de renuencia
Que tiemblan con besos robados

Galanteríos baratos encuentran consuelo
En labios suaves
Y dejan un vacío
Para los besos robados

Rostros que rehuyen el enfrentamiento
En mi paquete de besos robados
Besos tomados
Besos arrebatados

Con las copas se aflojan  los besos robados
Y los rostros se acercan
Y las sonrisas afloran
Y las soledades se encuentran

Me dejaron anonadado los besos robados
Besos con regusto amargo
Besos quitados de otros labios
A los que no llegaron

Besos confusos
En labios confundidos
Que se entregan
A lo desconocido

Bella aventura de besos robados
Con sabor de despedida
Con sensación de culpa
Con seguridad de nunca haberse encontrado

Tengo un paquete de besos robados
Sólo me ha quedado el envase
Ya los besos los he consumado
Y una leyenda en el sobre: fecha de caducidad

Tengo un paquete de besos robados
Un paquete vacío
Que me dejó con gusto a nada
Y no te recomiendo, no los regalo

Matías Pablo Echevarría

2017