Marzo de 2018
Las Torres 6092, Peñalolen, Stgo. De Chile
Le torcí el brazo a mi destino
A Ángeles Alvarez
n este instante
de mi vida me encuentro en el lugar donde debo estar, solo, rodeado de gente
que aparece y desaparece; conozco constantemente gente nueva y no me aferro ni
a las personas ni a lo material, que no quiere decir que no cuide lo poco que
tengo.
Todo se ha vuelto positivo para mí, si hay una dificultad, rápidamente la
combato, la ataco con fortaleza y la venzo con resolución.
Obtengo cada vez más y lo bueno fluye hacia mí. Finalmente he atraído lo
que esperaba. Huyo de las personas negativas. Doy la espalda al que me
traiciona. No tengo compasión con quien me engaña y ya no torturo mi mente
intentando comprender a aquellos que con sus tribulaciones me atacan o me
lastiman.
Todo lo que me espera es bueno. Sé que vendrán grandes cosas para mí y que
llegarán buenos premios por mantener mi positividad. Estoy seguro de que
riquezas me serán dadas, que me llegará cariño y me veré rodeado de buenas y
amorosas personas.
Esto está sucediendo. Es ahora, es un camino.
Tengo la seguridad de que llegarán cosas aún mejores. Mucho mejores. De que
tendré más sueños y que los cumpliré.
Mi destino era fallar. Mi constante era el fracaso. El error era mi enemigo
más temido. Todo me empujaba al abismo, a la caída, al despropósito y la falencia.
Yo le torcí el brazo a mi destino. Tomé mi vida y la hice mía. Trabajando
con mis manos, dirigiéndome con mi mente. Obedeciendo mi corazón, fortaleciendo
mi espíritu. Yo le torcí el brazo a mi destino.
Tuve años muy oscuros en mi vida. Me enceguecieron las drogas; me vencieron
los explotadores laborales; me vi sin un destino claro, sin familia, lleno de
dolor, perdiendo amigos, traicionado por aquellos en que más confiaba. Vi a los
que decían que me querían pifiarla una vez tras otra desobedeciendo mis pedidos
de ayuda, creyendo que yo estaba confundido, haciendo cosas muy extrañas a las
que yo pedía para ayudarme, y con ello perjudicándome en lugar de beneficiarme.
Sin embargo, todos estos perjuicios fueron momentáneos, pasajeros. Con el pasar
del tiempo me hice fuerte.
Me lancé a la fe, me decidí a darlo todo en el gimnasio. Me tomé por mi
única y más preciada posesión; entendí que podrían quitarme todo menos mi
cuerpo, mis ideas, mi dignidad personal.
Me acordé muchas veces del viejo Tony de la Guardia Imperial, que siempre
visitaba el hostel Open Bayres en donde comencé el giro radical que le di a mi
vida.
Sí, señores, con orgullo digo: Yo le torcí el brazo a mi destino. El viejo Tony
me repetía que yo iba a salir adelante el día que deje de culpar a los demás
por lo que me sucedía y decidiera que yo era el culpable de todo ello. Y así
hice.
No fue fácil, aceptar que todo, todo, lo que me sucedía era porque yo lo
hacía o porque lo aceptaba. No fue fácil decir que no. No fue fácil hacer
sentir el rechazo a los demás, ni soportar la culpa. No fue fácil aceptarme
débil ni levantar todas esas cargas de kilos en el gimnasio hasta el cansancio.
Tuve que aceptar el dolor como algo muy íntimo. Tuve que combatir el fracaso,
la procrastinación, la derrota y el temor.
Éste último fue muy difícil y aún hoy me detiene. El temor es un
sentimiento que si bien está fundado en nuestra integridad, que nos aleja de la
estupidez, que nos evita cometer actos temerarios que terminarían hiriéndonos,
también nos impide muchas veces tomar riesgos innecesarios pero que resultarían
en nuestro enriquecimiento.
Ya lo he escrito antes. Me tocó perder. Y aprendí a perder. Primero hay que
aprender a perder. Eso es fácil. Uno se acostumbra. Deja de pelear contra lo
que le sucede y acepta su debilidad, comprende que no todo está siempre en sus
manos. Pero luego toca aprender a ganar.
Aprender a ganar, eso sí que es duro. Es difícil, muy difícil, dejar a los
demás atrás, seguir solo, despegar. Es complicado sentir que uno está en la
cresta de la ola, que está solo, y que si mira atrás y se distrae, tal vez se
puede caer y volver a la lona. Es muy duro mantenerse ganador y tener que mirar
el fracaso con desprecio; el mismo fracaso que lo trajo a uno hasta aquí, pero
que si aquí quiere mantenerse, en el sitio de los ganadores, tiene que
necesariamente mirar con desprecio.
Esta dualidad amor-odio, es de lo más difícil de superar. Qué difícil es
vivir más allá del lenguaje, más allá de los comentarios de los demás… Qué
difícil respetar al otro y dejarlo dar su opinión, su punto de vista, su consejo sobre uno o lo que le sucede, y
asentir respetuosamente mientras por dentro me digo: Pobre santo, qué poco
entiende, cómo se equivoca.
Con mucho esfuerzo… Con esfuerzo pasado y con esfuerzo diario, aprendí a
tenerle el brazo doblado a mi destino. Yo sé que quiere hacerme retroceder y
devolverme al curso que me arrastraba, pero con alegría y como dijo Tony, yo
tomé las riendas de mi vida. Yo le torcí el brazo a mi destino.
Me hice una disciplina, la disciplina diaria de vivir así, de mirar atrás y
saber de donde vengo, que allí no quiero volver, de amar la manera en que viví
pero abrazar con fuerza esta otra que elegí y que también amo. Todo es uno y
vuelve a uno. No hay que olvidarlo ni darlo por sabido. Hay que vivirlo como un
recuerdo constante.
Esta disciplina, esta fortaleza, es la fuente de mi felicidad y el tesoro
más preciado que tengo y que me atrae todo lo bueno que me llega y me consigo
hoy en día. Ya no temo perder ni temo ganar. No queda mucho detrás de todo
esto, sino algunas amarguras pasajeras y una felicidad genuina.
El ojo crítico fue vencido, es cosa del fracaso y de la pérdida. Es parte
de todo este conjunto que es vivir con el destino en la mano y su brazo
torcido.
Está bien que pueda ser débil, lo acepto, que pueda volver a perder, lo acepto.
Pero ya nunca nadie ni nada me quitará el conocimiento de lo que es ganar. Ya
no estaré dominado por el sabor amargo de la derrota, sino que me dejaré llevar
por el dulce aroma del triunfo.
Nuevamente tengo que decir, porque esto lo hago palabras para que todos
ustedes que puedan leerlo se gocen en ello, que esta disciplina de tenerle el
brazo torcido al destino no tiene nada que ver con la dualidad amor-odio que
domina la mente del occidente y nuestro lenguaje tan limitado. Al final, y eso
es lo importante, todo esto hace uno. Y uno es todo. Y todo es este vivir con
el destino en la mano y su brazo torcido.
Qué felicidad de conocer el triunfo, de poder tener las riendas de mi vida
en la mano y de conocer y amar, de no
olvidar y de poder compartir estas palabras. Qué felicidad de poder decir: Yo
le torcí el brazo a mi destino.
Matías
Pablo Echevarría