jueves, 29 de marzo de 2018

EJERCICIOS PARA DESARROLLAR EL INGENIO DEL SOLDADOR


Lunes, 5 de Marzo de 2.018
Por la mañana
Av. Las Torres 6092, Peñalolén, Santiago de Chile
Revisado y ampliado 07/03/2018 20:00hs


Ejercicios para desarrollar el ingenio del soldador

Experimento literario


Primer supuesto:
Tres maestros trabajan juntos en la fabricación de una estructura; uno de ellos mide y marca los cortes en los perfiles; el segundo, efectivamente los corta; el tercero arma en posición auxiliado por los dos anteriores y suelda.
Si todos se equivocan, ¿La estructura sigue la forma del plano?
Si cada uno hace todo bien, ¿Nadie se queja?

Segundo supuesto:
Si el soldador está escribiendo en su mente este experimento literario, y allí lo conserva a la espera de materializarlo en la escritura, ¿Qué tal le salen los cordones de soldadura mientras guarda el  experimento literario en su memoria, deseoso de escribirlo?

Tercer supuesto:
Si el maestro que corta el material, corta el perfil unos tres milímetros más corto que la distancia del espacio que ocupa, ¿El soldador deja un buen cordón en ese espacio? Y, si apura la faena, y en vez de hacer varios cordones de relleno, hace uno solo, hace chorrear el material, tira hacia las afueras para acumular material fundido que arrastra hacia la abertura, y no corta el arco ni da tiempo de enfriarse el material adyacente al rojo para terminar más rápido la tarea, ¿Su relleno acaba teniendo una estética agradable a la vista?
Y ¿Cuál es el porcentual de tiempo mayor que ocupa la tarea de soldadura con respecto al supuesto de que el corte hubiese sido exacto?

Cuarto supuesto:
El soldador es humano y se equivoca. El cortador es humano y se equivoca. El trazador es humano y se equivoca.
Los jefes y clientes son humanos. ¿Se equivocan?

Quinto supuesto:
El relleno deja un agujero. Y el relleno del agujero, entre la escoria sin limpiar, es circular. El relleno es como una laguna. Como una laguna de lava hirviente.

Sexto supuesto:
Cuando los compañeros que trabajan juntos se equivocan, si uno se equivoca para más, y el otro se equivoca para menos, los errores entre sí se compensan. ¿Será así?

Séptimo supuesto:
Cuando el soldador presta atención a todos estos detalles y muchos más aquí tácitos, y los medita con tiempo guardándolos en su mente y revisándolos con asiduidad, indefectiblemente, el soldador agudiza su ingenio. ¿O el soldador se distrae?

Octavo supuesto:
Cuentan tanto las palabras y las explicaciones del soldador, como su ingenio y su habilidad. Todo esto va de la mano.

miércoles, 28 de marzo de 2018

Le torcí el brazo a mi destino

Marzo de 2018
Las Torres 6092, Peñalolen, Stgo. De Chile




Le torcí el brazo a mi destino


E
A Ángeles Alvarez




n este instante de mi vida me encuentro en el lugar donde debo estar, solo, rodeado de gente que aparece y desaparece; conozco constantemente gente nueva y no me aferro ni a las personas ni a lo material, que no quiere decir que no cuide lo poco que tengo.
Todo se ha vuelto positivo para mí, si hay una dificultad, rápidamente la combato, la ataco con fortaleza y la venzo con resolución.
Obtengo cada vez más y lo bueno fluye hacia mí. Finalmente he atraído lo que esperaba. Huyo de las personas negativas. Doy la espalda al que me traiciona. No tengo compasión con quien me engaña y ya no torturo mi mente intentando comprender a aquellos que con sus tribulaciones me atacan o me lastiman.
Todo lo que me espera es bueno. Sé que vendrán grandes cosas para mí y que llegarán buenos premios por mantener mi positividad. Estoy seguro de que riquezas me serán dadas, que me llegará cariño y me veré rodeado de buenas y amorosas personas.
Esto está sucediendo. Es ahora, es un camino.
Tengo la seguridad de que llegarán cosas aún mejores. Mucho mejores. De que tendré más sueños y que los cumpliré.
Mi destino era fallar. Mi constante era el fracaso. El error era mi enemigo más temido. Todo me empujaba al abismo, a la caída, al despropósito y la falencia.
Yo le torcí el brazo a mi destino. Tomé mi vida y la hice mía. Trabajando con mis manos, dirigiéndome con mi mente. Obedeciendo mi corazón, fortaleciendo mi espíritu. Yo le torcí el brazo a mi destino.
Tuve años muy oscuros en mi vida. Me enceguecieron las drogas; me vencieron los explotadores laborales; me vi sin un destino claro, sin familia, lleno de dolor, perdiendo amigos, traicionado por aquellos en que más confiaba. Vi a los que decían que me querían pifiarla una vez tras otra desobedeciendo mis pedidos de ayuda, creyendo que yo estaba confundido, haciendo cosas muy extrañas a las que yo pedía para ayudarme, y con ello perjudicándome en lugar de beneficiarme. Sin embargo, todos estos perjuicios fueron momentáneos, pasajeros. Con el pasar del tiempo me hice fuerte.
Me lancé a la fe, me decidí a darlo todo en el gimnasio. Me tomé por mi única y más preciada posesión; entendí que podrían quitarme todo menos mi cuerpo, mis ideas, mi dignidad personal.
Me acordé muchas veces del viejo Tony de la Guardia Imperial, que siempre visitaba el hostel Open Bayres en donde comencé el giro radical que le di a mi vida.
Sí, señores, con orgullo digo: Yo le torcí el brazo a mi destino. El viejo Tony me repetía que yo iba a salir adelante el día que deje de culpar a los demás por lo que me sucedía y decidiera que yo era el culpable de todo ello. Y así hice.
No fue fácil, aceptar que todo, todo, lo que me sucedía era porque yo lo hacía o porque lo aceptaba. No fue fácil decir que no. No fue fácil hacer sentir el rechazo a los demás, ni soportar la culpa. No fue fácil aceptarme débil ni levantar todas esas cargas de kilos en el gimnasio hasta el cansancio. Tuve que aceptar el dolor como algo muy íntimo. Tuve que combatir el fracaso, la procrastinación, la derrota y el temor.
Éste último fue muy difícil y aún hoy me detiene. El temor es un sentimiento que si bien está fundado en nuestra integridad, que nos aleja de la estupidez, que nos evita cometer actos temerarios que terminarían hiriéndonos, también nos impide muchas veces tomar riesgos innecesarios pero que resultarían en nuestro enriquecimiento.
Ya lo he escrito antes. Me tocó perder. Y aprendí a perder. Primero hay que aprender a perder. Eso es fácil. Uno se acostumbra. Deja de pelear contra lo que le sucede y acepta su debilidad, comprende que no todo está siempre en sus manos. Pero luego toca aprender a ganar.
Aprender a ganar, eso sí que es duro. Es difícil, muy difícil, dejar a los demás atrás, seguir solo, despegar. Es complicado sentir que uno está en la cresta de la ola, que está solo, y que si mira atrás y se distrae, tal vez se puede caer y volver a la lona. Es muy duro mantenerse ganador y tener que mirar el fracaso con desprecio; el mismo fracaso que lo trajo a uno hasta aquí, pero que si aquí quiere mantenerse, en el sitio de los ganadores, tiene que necesariamente mirar con desprecio.
Esta dualidad amor-odio, es de lo más difícil de superar. Qué difícil es vivir más allá del lenguaje, más allá de los comentarios de los demás… Qué difícil respetar al otro y dejarlo dar su opinión, su punto de vista, su  consejo sobre uno o lo que le sucede, y asentir respetuosamente mientras por dentro me digo: Pobre santo, qué poco entiende, cómo se equivoca.
Con mucho esfuerzo… Con esfuerzo pasado y con esfuerzo diario, aprendí a tenerle el brazo doblado a mi destino. Yo sé que quiere hacerme retroceder y devolverme al curso que me arrastraba, pero con alegría y como dijo Tony, yo tomé las riendas de mi vida. Yo le torcí el brazo a mi destino.
Me hice una disciplina, la disciplina diaria de vivir así, de mirar atrás y saber de donde vengo, que allí no quiero volver, de amar la manera en que viví pero abrazar con fuerza esta otra que elegí y que también amo. Todo es uno y vuelve a uno. No hay que olvidarlo ni darlo por sabido. Hay que vivirlo como un recuerdo constante.
Esta disciplina, esta fortaleza, es la fuente de mi felicidad y el tesoro más preciado que tengo y que me atrae todo lo bueno que me llega y me consigo hoy en día. Ya no temo perder ni temo ganar. No queda mucho detrás de todo esto, sino algunas amarguras pasajeras y una felicidad genuina.
El ojo crítico fue vencido, es cosa del fracaso y de la pérdida. Es parte de todo este conjunto que es vivir con el destino en la mano y su brazo torcido.
Está bien que pueda ser débil, lo acepto, que pueda volver a perder, lo acepto. Pero ya nunca nadie ni nada me quitará el conocimiento de lo que es ganar. Ya no estaré dominado por el sabor amargo de la derrota, sino que me dejaré llevar por el dulce aroma del triunfo.
Nuevamente tengo que decir, porque esto lo hago palabras para que todos ustedes que puedan leerlo se gocen en ello, que esta disciplina de tenerle el brazo torcido al destino no tiene nada que ver con la dualidad amor-odio que domina la mente del occidente y nuestro lenguaje tan limitado. Al final, y eso es lo importante, todo esto hace uno. Y uno es todo. Y todo es este vivir con el destino en la mano y su brazo torcido.
Qué felicidad de conocer el triunfo, de poder tener las riendas de mi vida en la mano y de  conocer y amar, de no olvidar y de poder compartir estas palabras. Qué felicidad de poder decir: Yo le torcí el brazo a mi destino.

Matías Pablo Echevarría