sábado, 31 de mayo de 2014

La filosofía de la educación hermética y la calificación

La educación de la Universidad Nacional del Sur se caracteriza, entre otros aspectos, por tener una fuerte carga hermética. Para cualquier colegiado de dicha institución es cien veces más interesante si digo que según Mario Bunge y en una cita de él mismo “Cuando no tengas nada que decir, dilo en difícil, y los incautos te tomarán por profundo”, que si hago mi propia redacción en forma libre.
La institución que nos identifica a los bahienses como U.N.S., a manera del conjunto de personas que la componen y que de esa manera forman su corpus activo por fuera de las instalaciones edilicias, lleva en su interior un profundo interés hermético. Y ello se evidencia en su calificación.
En la U.N.S a Mario Bunge lo conocen porque es un erudito reconocido, egresado de la Universidad de La Plata que hace filosofía de los asuntos “profundos” de la universidad.
La educación hermética se caracteriza por los mismos aspectos que caracterizan a los estudiosos de la hermética, o más bien a los hombres y mujeres que anhelan el conocimiento hermenéutico. Pero lo cierto, es que para comprender los textos sagrados hace falta tener dinero, viajar por el mundo y examinar personalmente los originales de estos textos; cualquiera que tenga una  noción básica de traducción comprende esto.
La calificación que deriva de este anhelo hermético se caracteriza, especialmente, por ponderar grandemente la utilización de términos complejos y darles definición; por ejemplo, exégesis, que es el fin último de esta educación basada en la erudición.
Ahora bien, no se trata de la manera en que esté redactado un ensayo, ni un examen, ni la actitud frívola o circunspecta que posea el alumno… Lo que define su calificación es el juicio incierto de cada profesor individual. Sin embargo, la característica más ampliamente distribuida entre todos los profesores de la mencionada institución es la que he descripto en los primeros párrafos de este ensayo.
La falsa expectativa exegética de estos hombres se evidencia en las aprobaciones y desaprobaciones que hacen con sus calificaciones. Si ellos fuesen verdaderos exégetas, comprenderían las palabras del Eclesiastés, cuando Salomon pronuncia vanidad de vanidades. Comprenderían que nuestro único Dios es el sol, aquel que nos brinda luz y, como he escrito en mi primer libro –Mi primer monstruo-, no hay juez más justo que el que nos permite ver lo que hemos hecho; comprenderían que el sol está hecho de luz y claridad, que la tierra está hecha del polvo de nuestra carne y la luna del polvo de los huesos de nuestros muertos. No se trata de las palabras que la expresan, sino de la verdad.
Si estos hombres y mujeres fuesen verdaderos exégetas, comprenderían a razón de vuelta de pluma que la vida humana es nada en comparación con el conocimiento de milenios de historia escrita y se probarían a sí mismos que las ciencias no son más que una excusa económica. Las escrituras deben ser analizadas por sí mismas y no apoyándose en teorías abyectas como las del carbono catorce.
En los Diálogos de los Muertos de Luciano, Hermes le comunica a Caronte, el barquero, en ocasión de la reclamación de una deuda: “Así lo prefiero, aunque no cumplas el pago de tu deuda. Ah, por cierto, no recuerdas cómo eran los antiguos que venían hasta nosotros: Se trataba de hombres valientes y muy malheridos. En cambio, ahora, los muertos llegan envenenados por los hijos o esposas, o con el vientre o las piernas inflamados, vulgarmente pálidos, con ningún parecido a los otros. Además, estos últimos mueren casi todos por causas relacionadas con maquinaciones tramadas entres ellos por el dinero.”
Lo poco que estos hombres y mujeres comprenden sobre el conocimiento cosmogónico y teológico, se ve reflejado en sus calificaciones. Y hace falta un gran esfuerzo intelectual de revelar la desinformación y formación  antihumana que han recibido en su educación para solucionar el malestar social que generan.
Es necesario que estos hombres y mujeres puedan vislumbrar a través de los malestares sociales como la frustración que generan en los alumnos desaprobados, el descreimiento social que propician y que siembra el caos. El impacto social no es menor cuando yo he comprobado que son los mismos egresados universitarios de la U.N.S. que controlan en Bahía Blanca los aspectos económicos, jurídicos, contables y administrativos de la ciudad; a través de este control, los profesionales egresados universitarios fomentan un Estado de exclusión que exacerba las diferencias sociales, limitando el acceso a la información, a la salud, al dinero y a la recreación.
Efectos colaterales de este statu quo son el abuso de sustancias y la sensación de inutilidad, como la falta de diversión sana que experimenta ampliamente la juventud citadina contemporánea.
La calificación hermética establecida por los artífices universitarios de nuestra ciudad, nada tiene que ver con los conocimientos acertados y universales enunciados en la Tabla de esmeralda. De hecho, sus hechos pueden ser relacionados más acertadamente al anti-conocimiento; especialmente el modelo terrorista establecido por los nuevos fundamentalistas árabes.
Para restablecer un período de verdadero conocimiento, es necesario replantear todo el sistema de calificaciones y eliminar el modelo de exclusión dominante. No cabe aquí ya considerar cuál es el mejor camino mental para solucionar estos hechos, sino solucionarlos con hechos.

La filosofía de la educación hermética y la calificación cualito-cuantitativa es la de mantener a la juventud ociosa en maquinaciones intelectuales sin ningún valor productivo verdadero. Luego, en el ámbito de la sociedad productivamente organizada, es su fin el de separar a los hombres y mujeres instruidos de los que no, con el objetivo de mantener a los no instruidos alejados de toda producción por su supuesta incapacidad intelectual, de manera que tampoco tengan acceso a la riqueza y que así se establezcan diferenciaciones sociales jerárquicas que apuntan a la distribución dispareja de la riqueza con resultados que, lejos de beneficiar a la sociedad ni crear ningún conocimiento verdadero, más bien producen resultados que redundan en la realidad que relata Hermes a Caronte.

domingo, 25 de mayo de 2014

Dos lágrimas

Primavera de 2.012

Como una casualidad estaba allí hablando con ella. Sin que lo tuviese previsto, al entrar a la habitación, vacilando con una botella de Oporto en la mano, coincidimos de momento.
Tenía un porte atractivo y gestos sugestivos, un tono de voz algo meloso. Claramente su actitud expresaba paz y fortaleza. Su habla, en lo breve… En lo breve me intrigaba con refinada delicadeza. Era rubia y voluptuosa, sus labios carnosos.
Así supe de su plan de asistir a un seminario. Antes de llegar al quinto día se proponía partir. Lo considero: Tal vez a ambos nos envolvió de súbito una agradable frescura, producto del diálogo que entablamos. Fue sorpresivo, no podría haber concebido la posterior conexión ni la atracción en que me sumió. La alineación de nuestros intereses nos atrajo mutuamente.
Y hablamos sin parar, hablamos de banalidades y de cuestiones trascendentales, hablamos de su curso de psicología transpersonal y de todo lo que tuviese que ver con el hombre y su causa, con su paz y su conciencia. Hasta llegué a mencionar a Aristóteles.
Era bien inteligente. La cortó en seco a Cecilia cuando quiso interrumpirme.
Ese fue un momento memorable, detrás de la ventana de la habitación diez, en el pasillito del primer piso que daba al techo de la cinco y la cocina. Cecilia se acercó a discutir conmigo, intentando desautorizarme con bajos argumentos. Cuando la cara de ella expresó desconcierto, Cecilia argumentó que ella y yo teníamos una relación un poco extraña. Entonces hizo un gesto inquisitivo y me apuré a aclararle que con Cecilia no teníamos nada y que jamás la había tocado. La voz de Cecilia se apagó y se ahogó con sus palabras; Lorena le asestó algunas palabras humillantes. Cecilia bajó la mirada y se alejó sin chistar, avergonzada.
Y claro que Fiorela y Jesús colaboraron. Los dos hacían una pareja muy cosmopolita y bien integrada. Me habían indicado que había llegado una chica nueva y que era de mi ciudad.
Y acompañados de buen vino, preparé unos tagliatele con una salsa elaborada; a ella le encantó la idea de que la invitase a comer desde el primer momento. Tal vez estaba completamente predispuesta a que sucediese, conmigo o con cualquiera; seguramente estaba buscando una aventura. Quería alejarse de sus afectos rutinarios.
Así, la primer noche sentí un fuerte desapego cuando nos llego la hora de irnos a dormir y separarnos. Me recosté en la cama y no pude dormir durante gran parte de la noche, pensando en ella.
La segunda tarde compartimos alguna charla agradable y se despidió temprano. Eso me hizo sentir tan acabado que creí que nada más iba a suceder.
Al día siguiente lo visité al Memo y conseguí uno de flores que guardé para que fumásemos juntos.
Cuando llegó y tuvimos tiempo de sentarnos a charlar un rato, fuimos a la terraza. Le ofrecí que fumásemos, pero se rehusó y entonces fumé yo solo. Seguidamente se presentó una escena muy cómica.
Ambos sabíamos por qué estábamos allí y lo que queríamos, pero sin embargo nos podía aún un poco el resquemor de entregarnos a un desconocido. Era un desconocido muy cercano y agradable; para mí, era una aventura al alcance de mi mano, dulce y bella.
Entre los temas de conversación empezamos a tener algunos momentos de silencio algo incómodos, llenos de deseo, insatisfacción y ansiedad. Estaba sentada en una hamaca paraguaya, yo estaba sentado frente a ella, en una silla. Me levanté de la silla en uno de esos momentos y, mientras me acercaba a sentarme en la hamaca, se levantó y se sentó en la silla. Seguimos hablando. Entonces la escena se repitió de manera inversa. Retomamos el diálogo
Después de repetir la escena unas dos veces más, le propuse que se quedase en la hamaca y esperase a que me sentase a su lado, que nos permitiésemos ese momento para ver qué sucedía.
Me senté a su lado en la hamaca. Y a pesar de que en principio me expresó su temor de que la hamaca se viniese abajo, al cabo de unos instantes olvidó sus preocupaciones. Seguimos hablando y le propuse que iba a acercarme un poco e iba a abrazarla. Al cabo, continuamos nuestro acercamiento besándonos.
Luego nos levantamos y nos besamos algunas veces de pie. Ella me propuso que saliésemos a comer, que pagásemos a medias. Yo accedí. De algún modo, ella quería que continuásemos besándonos y fuimos avanzando hasta el borde de la baranda junto a la escalera, besándonos y abrazándonos de a momentos y caminando pocos y lentos pasos. Entonces la apreté contra mí con fuerza y le dije que mejor saliésemos a comer sin más dilaciones, porque yo ya estaba muy excitado con todo ese jaleo.
Salimos caminando juntos, tomados de la mano, de a momentos entrelazados los brazos; en alguna esquina frenamos y nos apretamos fuertemente el uno contra el otro mientras nos besábamos con pasión. Fuimos hasta la Plaza del Desierto y bajamos por Malabia hasta Honduras. Nos sentamos a comer en la esquina de la Plaza Serrano, en un local que vendían vino en pingüino en ese entonces. Comimos una pizza con morrones y nos tomamos un Uxmal Malbec. Ella me dio poco más de la mitad de la plata en efectivo y yo pagué el total de la cuenta con la tarjeta de crédito. Tenía American Express e intentaba ser bastante medido. La cuenta no pasaba de los doscientos pesos.
Antes de terminar el vino yo ya quería irme, pero ella insistió en que vaciásemos las copas antes de volver. Dejamos alguna porción de pizza que a ella le sentó un poco mal, pero yo la convencí de que los bacheros también debían comer algo. Dejé el  diez por ciento de propina y nos retiramos. Vale la pena que aclare aquí, que muchas veces en que no he tenido efectivo he pedido que se cargue el diez por ciento de propina en la tarjeta y se le dé a los empleados.
Volvimos caminando hasta el hostel. Ella subió a la habitación diez y yo me detuve un momento a pedirle a Jaime y a Silvio que no fuesen a molestarnos mientras nos quedábamos en la intimidad de esa habitación tan pública. Nos encerramos en la habitación y, entre besos, ella me dijo que tirásemos un colchón al piso, porque la cama iba a hacer mucho ruido. Y no es para menos; el vaivén de las cuchetas de arriba es importante cuando uno las usa entre dos.
Yo ya tenía experiencia en esa habitación, incluso con ajenos al acto dentro; aunque tal vez el alemán ocupante de la cama de abajo había hecho a cierta manera de ancla, por lo menos hasta que se fuese ofendido pegando un portazo. Le dije que no importaba, que no había de que avergonzarse. De hecho yo no entiendo casi en nada la aversión y el pudor que le ocasiona a muchas personas que otras satisfagan sus necesidades naturales; de hecho, si me preocupase por esos enemigos de la libertad natural, dejaría de disfrutar el más delicioso de los placeres que nos ofrece nuestra absurda existencia. Sin embargo, ella, preocupada insistió en que tirase un colchón al suelo.
Con el colchón en el suelo, ella me abrazó y luego tomó mi mano y me la apoyó sobre mi pecho.
-¿Sentís? ¿Lo sentís cómo late? –me preguntó. Y me dijo que debía conectarme más con mi lado femenino y que debía sentirme, sentir mi cuerpo. Y también me halagó en varios sentidos.
Nos desnudamos atolondradamente y, luego de algún calentamiento previo, tuvimos que diferir en las cuestiones profilácticas del asunto; no es que nos faltasen implementos, sino que yo me negué obstinadamente a renunciar a ciertos privilegios del tacto (que evidentemente muchos ignoran). De modo que ella resolvió con una naturalidad que me sorprendió grandemente que recurriésemos al método más natural de anticoncepción.
Sólo que se nos pasó un detalle: La ventana que daba al pasillo donde habíamos discutido con Cecilia, estaba abierta. Y repentinamente comenzamos a distinguir la voz de Cecilia, acompañada de Jaime, Silvio y quién sabe cuántos más, que se elevaban cada vez más alto en habladurías y carcajadas sobre nuestro “deporte”. Fue una indiscreción bastante fuerte como para ignorarla; lo suficiente como para interrumpir nuestra conexión. Así que esa noche dormí solo y lamentándome; supongo que igual que ella.
La tarde siguiente también compartimos algunos momentos de charla agradables; luego le ofrecí hacerle un masaje y repetimos en cierta manera nuestro ritual de tirar el colchón en el suelo. Sin embargo, luego de algunos masajes, ella me preguntó si yo estaba encubriendo alguna intención detrás de mi repentina servilidad y me negó que hubiese ninguna posibilidad de que intentásemos reparar nuestro fallido intento. Yo me sentí bastante disminuido en mi hombría y avergonzado, así que nos fuimos a charlar a la terraza. Y me recordó que al día siguiente debía volverse.
El último día, ella llegó pasado el mediodía, en las primeras horas de la tarde. Yo ya me estaba preparando para asistir a las clases de Sommellerie, cuando ella vino a buscarme. Y siendo que me había cautivado de verdad y yo tenía alguna esperanza a pesar del aplomo que sentía por esta realidad tan enemiga de mi felicidad que estaba condenado a vivir, le concedí todo mi tiempo sin reparos de mis obligaciones. Eran los primeros días de primavera y le ofrecí que fuésemos hasta el supermercado a comprar una ensalada y saliésemos a comer al Jardín Botánico.
Así hicimos. La comida fue muy agradable y nos sentimos verdaderamente satisfechos. No escatimamos en sonrisas ni en muestras de cariño. Nos tratamos de la manera más cordial y nos sentimos muy cercanos. Al final, nos sentamos muy cerca de la reja que da a Avenida Las Heras, sobre el pasto. Ella comenzó a hablarme y yo la escuchaba, hasta que le dije que no faltaba mucho para que tuviésemos que volver a buscar su bolso para que ella fuese a tomar el tren. Entonces comenzó a hablar muy rápido. Me dijo que ella dependía de su padre y que hacía algún tiempo se había mudado a vivir con su primer novio; que lo había engañado muchas veces antes de volver a juntarse esta última vez, algunas veces con su vecino. Y me dijo que se había mudado con él porque así podían pagar el alquiler. Me dijo que su padre le controlaba la vida, que ella se sentía cautiva de alguna manera, por su condición o por su estilo de vida. Dijo que no estaba feliz con el sitio donde debía volver. Y rompió en llanto.
Era un llanto digno de un niño. De un niño herido y rechazado por sus padres. Era un llanto digno de un niño abandonado en la calle. Y lloraba y se ahogaba en sus lágrimas. Gritaba, gritaba muy alto; en un grito dolido y lleno de lamento. Y yo la abrazaba.
Mientras la abrazaba, ella me decía que quería quedarse conmigo. Tenía que haber alguna manera. Algo podía hacerse. Y yo la tomaba entre mis brazos, impasible, mientras sentía dentro de mí cómo se fracturaba algo en mi pecho; pero ya no sabía de qué se trataba. Sabía que iba a vivir, a la vez que aborrecía esta vida tan degradante y lastimosa; comprendía que me había hecho fuerte y maldecía mi fortaleza. Era una mujer preciosa y la quería, pero se me estaba escurriendo como agua entre las manos. ¿Qué podía hacer yo?
Era la hora de ir al instituto, o había sido hacía una hora. ¿Qué me importaba? Estaba viviendo la vida; una vida llena de dolor y sufrimiento, pero sin duda cien veces más real que una ilusión de mejoría que me ofertase el estudio y mil esperanzas infundadas de felicidad y un millón de promesas de futuro, de dinero y libertad que me venderían al módico precio de una vida de miserias.
Cuando su llanto menguó volvimos a buscar sus bolsos. Salimos y nos subimos al colectivo doce. Era día de embotellamientos y el colectivo avanzaba lento. Yo le decía alguna estupidez sobre los reyes y las reinas para entretenerla; alguna estupidez realista sobre cómo tenían tan pocos hijos sin métodos anticonceptivos en épocas antiguas o sobre los arreglos de pareja entre esos personajes llenos de riqueza. Hasta que ella calculó que no íbamos a llegar a la partida del tren.
Nos bajamos en Avenida Córdoba, a la altura de la Facultad de Medicina, y nos metimos en el subte línea D. Bajamos y yo me di cuenta que estábamos en el andén que iba para Belgrano. Subimos nuevamente.
Cuando yo fui a apoyar la Sube, ella me detuvo.
-Saltemos –(el molinete).
-¿Estás segura? No se puede.
-Dale, saltemos –y saltó el molinete.
Yo salté detrás de ella y nos llamó la atención un guarda.
-¿Qué están haciendo? ¿Por qué saltan?
-Es que entramos primero del otro lado, nos equivocamos –dije yo apurado.
-Bueno, tienen que decirme. Me comprometen. Hay cámaras –dijo el guardia con severidad.
-Disculpe –dije bajando la escalera detrás de ella.
Cuando terminamos de bajar la escalera, el subte estaba llegando lleno de gente. Entramos como pudimos con las valijas y nos acomodamos en medio del pasillo. Durante ese trayecto fuimos abrazándonos y besándonos entre el tumulto de gente que acumula el subte, como sintiéndonos en otro planeta; alejados de todas las preocupaciones y los gestos de desesperanza y melancolía que pululan en los medios públicos de transporte. Cuando nos bajamos en la estación Nueve de Julio para combinar con la línea C, ella tomó la escalera que baja a Retiro.
Yo la tomé del hombro.
-Estás yendo a Retiro, ¿Estás segura?
-Sí, ¿Por qué me decís?
-Porque yo pensé que el tren salía de Constitución –Yo sabía bien que el tren salía de Constitución, porque hacía mucho tiempo que viajaba en él. Y ella sabía, así que volvió sobre sus pasos.
-Entonces no querías tanto que me quede –dijo, como probando mis sentimientos, mientras tomaba el pasillo al andén que va a Constitución.
Yo continuaba besándola y acariciando su rostro a cada instante. Estaba mudo. Estaba asistiendo a una nueva decepción amorosa sin poder hacer nada por cambiar su desenlace. Estaba sufriendo y a la vez consolándome. No podía quitarme esa estupefacción que me abrumaba.
Entonces sucedió algo que no hubiese imaginado.
Repentinamente, rompiendo con todos mis temores, dije:
-Entonces, ¿Querés que te diga todo lo que siento? Bueno, yo te voy a contar: Yo no quiero que te vayas. Quiero quedarme con vos. No me importa cómo, quiero que te quedes conmigo. Yo me la quiero jugar, quiero hacer todo lo que haga falta para que estemos juntos; tiene que haber alguna manera de que consiga trabajo para los dos. Y puedo buscar algún lugar para vivir… -Fue como si mi mente le abriera sus puertas a mi boca y comenzaran a expresarse todos mis pensamientos a través de la palabra, sin restricciones, sin ninguna clase de obstrucción al sentimiento.
Y continué hablando sin pausa hasta que llegamos a la estación. Bajamos y seguí hablando. Sus ojos brillaban con alguna clase de sentimiento profundo. Era como si estuviese vivamente conmovida. Tal vez ella no estaba segura de lo que yo sentía y ahora que podía comprobarlo, se sentía correspondida. No lo sé. Sólo sé que fue un momento hermoso. Para mí, porque de ella ya no he vuelto a saber nada.
Seguí hablando sin parar hasta que cruzamos la reja del Ferrocarril y me callé. Ella le mostró el boleto al boletero; yo le pedí permiso para acompañarla hasta su coche.
Cuando llegamos junto a la puerta del coche, nos detuvimos, en silencio. Ella me miró llena de ilusión.
-¿Sabés qué? ¿Por qué mejor no me das tu número, así te llamo cuando vengas a la ciudad? –me dijo con la mayor dulzura que yo pudiese soportar, como embobada.
-¿Sabés qué? No. Mejor no. Vos sabés dónde estoy. Sabés dónde vivo y podés venir a buscarme cuando quieras. Yo voy a seguir ahí, sólo tenés que ir a buscarme.
Y ella se arrimó para besarme. Yo giré mi cara y dejé que me bese en la mejilla.
-Chau –dije, embargado de desazón.
Entonces di media vuelta y me fui sin mirar atrás. Caminé derecho, mirando al frente.

Y mientras llegaba a la reja, una lágrima se deslizo rápidamente por mi mejilla izquierda. Y cuando terminé de cruzar la reja, sentí mi alma enrudecida, recordé cómo ella me había dicho que aprendiese a sentirme a mí mismo… y dejé rodar una segunda lágrima por mi mejilla derecha que sequé con mi mano antes de que llegue a tocar mi labio.

martes, 20 de mayo de 2014

David contra Goliat


A Viviana Sassi

     A mí no me gustan particularmente las historias bíblicas porque son objeto de grandes controversias, sin embargo soy consciente de la fuerza que tienen estos relatos y de las verdades que encierran como simples historias. Muchos autores recurren a las historias bíblicas y por eso me resultó interesante recurrir a una para explicar un determinado caso que desarrollaré a continuación.
     Cuando pensé en la charla que tuvimos acerca de mi examen parcial comprendí que, como profesora, se sintió tal vez un poco amenazada por mi posición intelectual Viviana, por eso nuestro diálogo –que estuvo muy cerca de ser un monólogo de mi parte y que verdaderamente rozó la discusión- acabó en una sentencia sobre mi filosofía; Viviana me preguntó si podría soportar una lucha en contra de sistema y profesores; yo afirmé que sí, que me he visto rodeado de enemigos y que sobreviví y sobreviviré. No es de extrañar que una proposición como la que se me hizo me haga recordar a esta historia: David contra Goliat. Se me invitó cortésmente a que acepte los criterios evaluativos o renuncie a mis ansias de aprobación. Yo, por mi parte, afirmé que aprobaría y que lograría que los criterios de evaluación se adapten a mí ¿Por qué no? Yo soy flexible, acepto brindar un poco más de mi tiempo para tener una charla personal acerca de mi examen luego de escribir en mi examen que mi tiempo es considerablemente limitado; y además de un examen, escribo un examen recuperatorio y un artículo. En mi opinión personal, es demasiado. Es demasiado, pero demasiado, de más demasiado –espero que se comprenda la expresión-.
     Quiero decir, la historia de David contra Goliat ha sido un elemento pedagógico durante tantos años que se ha transformado en una voz popular. Cuando yo aseguro que yo solo voy a enfrentarme a todos los profesores que haga falta y a todo el sistema universitario –que es igual al conjunto conformado por cada uno de los profesores que lo integran, que es igual que enfrentarme a cada profesor individualmente-, estoy afirmándome en la voz popular de David contra Goliat. A la sazón tomo una biblia inmensa que hay en mi repisa y leo allí la historia de David en el libro de Samuel; al parecer no hay gran cosa que decir acerca del asunto más que lo conocido: Un joven bastante inofensivo que con su insospechada fortaleza vence armado únicamente de una honda (luego de rechazar toda armadura) a un gran hombre de seis codos y un palmo de estatura con armadura, espada, lanza y morrión de bronce en su cabeza –Sin embargo, hay otra salvedad que hacer: Dios no me castigó por la lectura ni la biblia me mordió la mano. Eso es bueno-. David fue padre de Salomon que luego reinó sobre el estado de Israel y que legó en el antiguo testamento el cantar de los cantares al parecer; a Salomon lo recordamos dentro de ese legado popular bíblico que todos conocemos como el juez más justo, por la tentativa de partir a un niño en dos para averiguar la verdadera identidad de su madre; Salomon diserta en el Eclesiastés: -Yo, el rey de Israel que he morado bajo el sol y he visto todo lo que sucede bajo de él y me he dado cuenta que todo es vanidad y atrapar el viento con las manos. Algo similar a esto dice.
     Bueno, al parecer, a la memoria de mi charla con la profesora, ha sido su sólo criterio el que me ha desaprobado por resistirme a sus métodos. Yo no quiero hacerle sentir culpable con esto, pero de hecho lo es por mi desaprobación; su sola aplicación de criterio a mi evaluación, resultaría en mi aprobación y en mi calma y felicidad. De verdad me lamenta no tener interés por leer a sus escritores predilectos –y no estoy siendo cínico al respecto-. Lo más osado que puedo hacer es presentar mi disconformidad con su criterio evaluativo, de manera educada y formal. No puedo hacer más al respecto. Mi orgullo personal me lo impide. Ahora bien, estoy seguro que si me aprobara como alumno, lograría buenos resultados en investigaciones pedagógicas posteriores a las que podría atribuirse al menos el mérito de haber aprobado mis prácticas poco convencionales a la hora de dar examen.
     A causa de esta desaprobación he tenido que rememorar el martirio que ha sido para mí ser encarcelado en la comisaría cuarta de Villa Mitre y ser golpeado esposado allí. Luego ello me recuerda al proceso militar y me enfurece; me enfurece porque personas como Viviana que usan el recuerdo de los torturados por el régimen militar para justificar ciertas ideas de libertad, luego menosprecian lo que me ha ocurrido y ha sido por su culpa –y ojalá tuviese la oportunidad de explicarle a estas personas cómo han sido culpables de ello-. Ha sido por su culpa porque practican la manera de imposición que la disciplina militar mal aplicada ha marcado a su época. Me enfurece haber sido golpeado esposado y tener que recordarlo; me enfurece que ese acto nefasto haya sido parte de mi vida; y lejos de querer subsanarlo aceptándome bajo su protección, me despachan porque mis criterios no les satisfacen, porque no pueden utilizarme para transmitir sus propios criterios. Todo esto, si no fuese por el desprecio y el odio que me transmiten a través de su desaprobación, no me vería forzado a escribirlo –y me haría muy feliz no escribirlo-; sin embargo, yo sé que ellos también son víctimas de una educación que alguna vez los ha desaprobado, y  de allí su frustración que vuelcan sobre mí al desaprobarme. Sin embargo no me enseñarán nada así; imaginen que yo mantengo mi posición y así me consagro estúpido o virtuoso; pues, si ellos continúan así, serán los inculcadores de una vida de miserias; una vida de miserias, pesares y desengaños me habrán hecho vivir por sus prácticas pedagógicas. ¡Menuda enseñanza!
     Muy bien, entonces explicaré con mayor detenimiento esta afirmación que yo hago sobre los artífices educativos contemporáneos y su victimización con respecto a la disciplina militar mal aplicada que tuvo su apogeo en el último régimen militar y se representó en los variados casos de desaparición forzosa, encarcelamiento ilegal y tortura. Observado desde una perspectiva crítica y objetiva, debemos considerar toda la sociedad perteneciente a esa época como afectada por las prácticas relacionadas a la ocultación de información y represión del conocimiento humano. Visto así, hay que considerar que los sobrevivientes a esos hechos pasados han sido quienes se subordinaron a las prácticas y operaciones militares mal dirigidas con respecto a la información y al conocimiento. De hecho, es la única manera de que hayan sobrevivido, siendo que los opositores de mayor influencia fueron muertos como es de público conocimiento. Ahora bien, entre estos sobrevivientes están los actuales artífices educativos; esta permanencia de la disciplina militar errónea e improductiva surge a la vista en las actitudes de los educandos aludidos, a manera de expresiones de jerarquía y de evaluación cuantitativa y cualitativa de las personas a manera de unidades productivas con respecto a sus fines personales; hay otras expresiones también reconocibles como el ocultamiento, el rechazo de lo diferente y la obligación de adaptación a sistemas establecidos (aunque resulten visiblemente disfuncionales), o también la excusación de responsabilidades mediante el sistema jerárquico. Básicamente, la expresión suprema de dichas personas es: “Cuando yo llegué estaba así funcionando y así seguirá”. Las personas que sobrevivieron al régimen mantuvieron en silencio los hechos y no se preocuparon por hacer nada al respecto como no hacen nada actualmente con los casos que suceden en democracia -porque yo soy viva prueba de que suceden también estos casos en democracia-; yo no creo que un torturado que comprende el sufrimiento de lo que le ha ocurrido discutiría en manera alguna que su sufrimiento haya sido mayor o menor que el mío en ocasión de que yo contase mi caso particular, mientras que cualquiera de estos otros sobrevivientes, no dudaría en subestimarme y desautorizarme. Voy a citar a Rodolfo E. Fogwill: "Creo que todos vieron lo que fue pasando durante aquellos años. Muchos dicen que recién ahora se enteran. Otros, más decentes, dicen que siempre lo supieron, pero que recién ahora lo comprenden. Pocos quieren reconocer que siempre lo supieron y siempre lo entendieron, y que si ahora piensan o dicen pensar cosas diferentes, es porque se ha hecho una costumbre hablar o pensar distinto, como antes se había vuelto costumbre aparentar que no se sabía, o hacer creer que se sabía, pero que no se comprendía.".
     Cuando le comento estas reflexiones a mi madre que es egresada de la Universidad Nacional del Sur, me acusa y me reprime, enfrentándome a mis quimeras. Entre ellas, me sugiere que de esta manera, continuando en mi convicción de reinterpretar el sistema educativo para producir un cambio, me instauraré en una suerte de insurrecto o guerrillero, más bien en un subversivo. ¡Dios me salve! Jamás desearía yo que tenga que llegar un reclamo educativo a una manera tan violenta como la revolución armada; me negaría mil veces antes; y no moriría por ella. Que el statu quo educativo insuflara los ánimos como para desarrollar un acontecimiento de esas características, es mi mayor pesadilla y terminaría por destruir toda la civilización –aunque malograda- que se ha conseguido hasta ahora. Domingo Faustino Sarmiento ha relatado la manera en que hechos de esta índole se han sucedido década tras década en nuestro país, atacando el desarrollo de las ciudades durante el siglo XIX. Que quede asentado por estas palabras que no deseo que eso suceda en manera alguna en el futuro.
     Por otro lado, mi reflexión más profunda me insta a continuar en mi posición, siendo que nadie que ha deseado en un sistema un cambio, ha esperado a que el cambio suceda para participar de él, sino que lo ha consolidado con su esfuerzo y a menudo han sido otros los que lo han gozado; esto no me halaga en lo más mínimo por más histórico que resulte. Pues bien, mi mayor pérdida consistiría en renunciar.
     Finalmente, me reconozco culpable de haberme permitido ser manipulado por estas personas, situación que mi pobreza material personal por fuera de mi familia, todo me sugiere que estas personas perpetuarán por la simple razón de su poder jerárquico adquirido y su ambición, y que tendrá ocasión de transformarse en escritos que serán de mi mayor pesar por sus intereses recónditos y su descarada falta de escrúpulos. Han encontrado en mí una persona con la capacidad de retratar la realidad que le envuelve y pretenden explotarla a través de estímulos negativos; es un tremendo error que no querrán aceptar por anticipado de mi propio juicio.
     Visto desde una posición pragmática, mis posibilidades ante el estudio, para alcanzar el éxito personal, son dos que dividen un amplio abanico: Una es aceptar todas las lecturas propuestas y ser zamarreado entre los intereses de los artífices educativos contemporáneos hasta perder mi capacidad crítica, despersonalizarme y convertirme en un humano completamente estisolerte[i]; o continuar funcionando en la manera crítica y racional que he adoptado a través de mi formación autodidacta y esforzarme por ganarme el afecto de estos personajes esquizoides tan característicos hasta que reconozcan mi capacidad y la acepten dejando de lado sus egocéntricos deseos de manipulación y aceptando mi colaboración espontánea y desinteresada hasta que la recompensen adecuadamente. Otras opciones que pueden resultar hilarantes, incluyen sentarme en una esquina con una lata esperando que las personas arrojen monedas dentro de ella.
     En definitiva, situaciones como esta se repiten constantemente en mi vida. Charlas como la que tuve con la profesora Viviana, he tenido cientos desde mi adolescencia y siempre han sido de todo punto frustrantes como esta. De todos los argumentos que Viviana me pronunció, no ha habido uno que yo no escuchase antes; de hecho, sólo me resultó agradable y consoladora la sonrisa que esbozó sobre el final de la charla; y la que me dirigió al entregar el examen recuperatorio, por cierto. Yo no soy un ogro. No quiero ser un hombre detestable. La vida y algunos policías me golpearon más de lo que hubiese deseado. Eso no puedo cambiarlo, mi visión no puedo cambiarla; mi personalidad no puedo cambiarla. Esto es lo que puedo hacer, brindar un poco de este intelecto absurdo como entretenimiento. Sonsacarle una sonrisa a un profesor es algo un poco agradable. Pero también tengo que ocuparme del rugido de mis entrañas.
     En el curso de la materia pedagogía, la mayoría de autores contemporáneos que se trataron, abogan por un cambio educativo, por una flexibilización del sistema evaluativo, por una horizontalización de la transmisión de información… Pues a mí eso me gustó y decidí llevarlo a la práctica. No me es de mayor importancia quién haya propuesto este cambio primero ni cuál fuese el nombre de la persona que lo describió; es una filosofía que me agradó y se gestó en mí o yo me gesté en ella desde que tengo quince años; así sucedió, estoy cansado de indagar qué fue lo que salió mal y por qué no puedo encajar; es momento de que encaje y ya, sin más. El modelo en el que vivimos es competitivo; uno tiene que ser competente; hay que presionar a otros y quitarles su espacio para convertirlo en propio. Yo no soy incompetente, pero si fuese aún más competitivo, correría el riesgo de ser prepotente, y lo cierto es que estoy en contra de la prepotencia. Es cierto que muchas personas me empujan a ser prepotente, pero mientras pueda evitar serlo, voy a evitarlo.
     Si hubiese existido un método para que mi relación con el sistema no fuese así, ya la hubiese adoptado; son nueve años ya de pena y castigo, esta no fue mi elección. Si hubiese podido brindar todo lo que sé, a cambio de dormir bien todas las noches y levantarme por las mañanas, no tener pensamientos obsesivos y repetitivos ni compulsiones excéntricas, ya lo hubiese hecho.
     Yo imagino que de cierta manera muchas de estas personas, profesores muchos, pretenden guiarme tácitamente hacia un enfrentamiento que planean donde quieren que yo sea su David. Pero yo no soy David, soy Matías. Soy una persona y tengo otros planes, como ser feliz con mi pareja, viajar para conocer personas agradables, desarrollarme en el Surf y otras disciplinas del deporte –que no son nada baratas- y no tener que rendir cuentas y justificarme de mis creencias personales; en realidad quiero que mi capacidad intelectual pase desapercibida y vivir más parecido a una bestia, porque no me alegra demasiado estar tanto al servicio de personas que no me retribuyen por mi esfuerzo. Yo todo esto no lo hago en vano, tiene una verdadera razón de ser así.
     Cuando escribo esto, soy consciente de tener arrebatos emocionales que me demuestran en todos mis defectos y abren mis heridas para que puedan hurgar en ellas incluso personas que desconozco. Sin embargo, me reconforta la idea de que lo leerá quien deba leerlo y comprenderá la firmeza de estas palabras y reconocerá en ellas la obra de una persona con verdadero amor por el conocimiento, con aptitudes, preocupado, muy sincero y que promete seguir trabajando en una obra que será prolífica y se ganará la aceptación de las demás personas.




[i] Conjugación de la palabra estisolercia, acuñada por el Profesor Jorge Mux, significando la acumulación de conocimientos altamente específicos con escaso o nulo valor práctico.