A mí no me gustan particularmente las historias bíblicas
porque son objeto de grandes controversias, sin embargo soy consciente de la
fuerza que tienen estos relatos y de las verdades que encierran como simples historias.
Muchos autores recurren a las historias bíblicas y por eso me resultó
interesante recurrir a una para explicar un determinado caso que desarrollaré a
continuación.
Cuando pensé en la charla que tuvimos acerca de mi examen
parcial comprendí que, como profesora, se sintió tal vez un poco amenazada por
mi posición intelectual Viviana, por eso nuestro diálogo –que estuvo muy cerca
de ser un monólogo de mi parte y que verdaderamente rozó la discusión- acabó en
una sentencia sobre mi filosofía; Viviana me preguntó si podría soportar una
lucha en contra de sistema y profesores; yo afirmé que sí, que me he visto
rodeado de enemigos y que sobreviví y sobreviviré. No es de extrañar que una
proposición como la que se me hizo me haga recordar a esta historia: David
contra Goliat. Se me invitó cortésmente a que acepte los criterios evaluativos
o renuncie a mis ansias de aprobación. Yo, por mi parte, afirmé que aprobaría y
que lograría que los criterios de evaluación se adapten a mí ¿Por qué no? Yo
soy flexible, acepto brindar un poco más de mi tiempo para tener una charla
personal acerca de mi examen luego de escribir en mi examen que mi tiempo es
considerablemente limitado; y además de un examen, escribo un examen
recuperatorio y un artículo. En mi opinión personal, es demasiado. Es
demasiado, pero demasiado, de más demasiado –espero que se comprenda la
expresión-.
Quiero decir, la historia de David contra Goliat ha sido un
elemento pedagógico durante tantos años que se ha transformado en una voz
popular. Cuando yo aseguro que yo solo voy a enfrentarme a todos los profesores
que haga falta y a todo el sistema universitario –que es igual al conjunto conformado
por cada uno de los profesores que lo integran, que es igual que enfrentarme a
cada profesor individualmente-, estoy afirmándome en la voz popular de David
contra Goliat. A la sazón tomo una biblia inmensa que hay en mi repisa y leo
allí la historia de David en el libro de Samuel; al parecer no hay gran cosa
que decir acerca del asunto más que lo conocido: Un joven bastante inofensivo
que con su insospechada fortaleza vence armado únicamente de una honda (luego
de rechazar toda armadura) a un gran hombre de seis codos y un palmo de estatura con armadura, espada, lanza y morrión de bronce en su cabeza –Sin embargo,
hay otra salvedad que hacer: Dios no me castigó por la lectura ni la biblia me
mordió la mano. Eso es bueno-. David fue padre de Salomon que luego reinó sobre
el estado de Israel y que legó en el antiguo testamento el cantar de los cantares al parecer; a Salomon lo recordamos dentro
de ese legado popular bíblico que todos conocemos como el juez más justo, por la tentativa de partir a un niño en dos para
averiguar la verdadera identidad de su madre; Salomon diserta en el Eclesiastés:
-Yo, el rey de Israel que he morado bajo el sol y he visto todo lo que sucede
bajo de él y me he dado cuenta que todo es vanidad y atrapar el viento con las
manos. Algo similar a esto dice.
Bueno, al parecer, a la memoria de mi charla con la
profesora, ha sido su sólo criterio el que me ha desaprobado por resistirme a
sus métodos. Yo no quiero hacerle sentir culpable con esto, pero de hecho lo es
por mi desaprobación; su sola aplicación de criterio a mi evaluación,
resultaría en mi aprobación y en mi calma y felicidad. De verdad me lamenta no
tener interés por leer a sus escritores predilectos –y no estoy siendo cínico
al respecto-. Lo más osado que puedo hacer es presentar mi disconformidad con
su criterio evaluativo, de manera educada y formal. No puedo hacer más al respecto.
Mi orgullo personal me lo impide. Ahora bien, estoy seguro que si me aprobara
como alumno, lograría buenos resultados en investigaciones pedagógicas
posteriores a las que podría atribuirse al menos el mérito de haber aprobado
mis prácticas poco convencionales a la hora de dar examen.
A causa de esta desaprobación he tenido que rememorar el
martirio que ha sido para mí ser encarcelado en la comisaría cuarta de Villa
Mitre y ser golpeado esposado allí. Luego ello me recuerda al proceso militar y
me enfurece; me enfurece porque personas como Viviana que usan el recuerdo de
los torturados por el régimen militar para justificar ciertas ideas de
libertad, luego menosprecian lo que me ha ocurrido y ha sido por su culpa –y
ojalá tuviese la oportunidad de explicarle a estas personas cómo han sido
culpables de ello-. Ha sido por su culpa porque practican la manera de
imposición que la disciplina militar mal aplicada ha marcado a su época. Me
enfurece haber sido golpeado esposado y tener que recordarlo; me enfurece que
ese acto nefasto haya sido parte de mi vida; y lejos de querer subsanarlo
aceptándome bajo su protección, me despachan porque mis criterios no les
satisfacen, porque no pueden utilizarme para transmitir sus propios criterios.
Todo esto, si no fuese por el desprecio y el odio que me transmiten a través de
su desaprobación, no me vería forzado a escribirlo –y me haría muy feliz no
escribirlo-; sin embargo, yo sé que ellos también son víctimas de una educación
que alguna vez los ha desaprobado, y de allí
su frustración que vuelcan sobre mí al desaprobarme. Sin embargo no me
enseñarán nada así; imaginen que yo mantengo mi posición y así me consagro
estúpido o virtuoso; pues, si ellos continúan así, serán los inculcadores de
una vida de miserias; una vida de miserias, pesares y desengaños me habrán
hecho vivir por sus prácticas pedagógicas. ¡Menuda enseñanza!
Muy bien, entonces explicaré con mayor detenimiento esta
afirmación que yo hago sobre los artífices educativos contemporáneos y su
victimización con respecto a la disciplina militar mal aplicada que tuvo su
apogeo en el último régimen militar y se representó en los variados casos de
desaparición forzosa, encarcelamiento ilegal y tortura. Observado desde una
perspectiva crítica y objetiva, debemos considerar toda la sociedad
perteneciente a esa época como afectada por las prácticas relacionadas a la
ocultación de información y represión del conocimiento humano. Visto así, hay
que considerar que los sobrevivientes a esos hechos pasados han sido quienes se
subordinaron a las prácticas y operaciones militares mal dirigidas con respecto
a la información y al conocimiento. De hecho, es la única manera de que hayan
sobrevivido, siendo que los opositores de mayor influencia fueron muertos como
es de público conocimiento. Ahora bien, entre estos sobrevivientes están los
actuales artífices educativos; esta permanencia de la disciplina militar
errónea e improductiva surge a la vista en las actitudes de los educandos
aludidos, a manera de expresiones de jerarquía y de evaluación cuantitativa y
cualitativa de las personas a manera de unidades productivas con respecto a sus
fines personales; hay otras expresiones también reconocibles como el
ocultamiento, el rechazo de lo diferente y la obligación de adaptación a sistemas
establecidos (aunque resulten visiblemente disfuncionales), o también la
excusación de responsabilidades mediante el sistema jerárquico. Básicamente, la
expresión suprema de dichas personas es: “Cuando yo llegué estaba así
funcionando y así seguirá”. Las personas que sobrevivieron al régimen mantuvieron en silencio los hechos y no se preocuparon por hacer nada al respecto como no hacen nada actualmente con los casos que suceden en democracia -porque yo soy viva prueba de que suceden también estos casos en democracia-; yo no creo que un torturado que comprende el sufrimiento de lo que le ha ocurrido discutiría en manera alguna que su sufrimiento haya sido mayor o menor que el mío en ocasión de que yo contase mi caso particular, mientras que cualquiera de estos otros sobrevivientes, no dudaría en subestimarme y desautorizarme. Voy a citar a Rodolfo E. Fogwill: "Creo que todos vieron lo que fue pasando durante aquellos años. Muchos dicen que recién ahora se enteran. Otros, más decentes, dicen que siempre lo supieron, pero que recién ahora lo comprenden. Pocos quieren reconocer que siempre lo supieron y siempre lo entendieron, y que si ahora piensan o dicen pensar cosas diferentes, es porque se ha hecho una costumbre hablar o pensar distinto, como antes se había vuelto costumbre aparentar que no se sabía, o hacer creer que se sabía, pero que no se comprendía.".
Cuando le comento estas reflexiones a mi madre que es
egresada de la Universidad Nacional del Sur, me acusa y me reprime,
enfrentándome a mis quimeras. Entre ellas, me sugiere que de esta manera,
continuando en mi convicción de reinterpretar el sistema educativo para
producir un cambio, me instauraré en una suerte de insurrecto o guerrillero,
más bien en un subversivo. ¡Dios me salve! Jamás desearía yo que tenga que
llegar un reclamo educativo a una manera tan violenta como la revolución
armada; me negaría mil veces antes; y no moriría por ella. Que el statu quo educativo insuflara los ánimos
como para desarrollar un acontecimiento de esas características, es mi mayor
pesadilla y terminaría por destruir toda la civilización –aunque malograda- que
se ha conseguido hasta ahora. Domingo Faustino Sarmiento ha relatado la manera
en que hechos de esta índole se han sucedido década tras década en nuestro
país, atacando el desarrollo de las ciudades durante el siglo XIX. Que quede
asentado por estas palabras que no deseo que eso suceda en manera alguna en el
futuro.
Por otro lado, mi reflexión más profunda me insta a
continuar en mi posición, siendo que nadie que ha deseado en un sistema un
cambio, ha esperado a que el cambio suceda para participar de él, sino que lo
ha consolidado con su esfuerzo y a menudo han sido otros los que lo han gozado;
esto no me halaga en lo más mínimo por más histórico que resulte. Pues bien, mi
mayor pérdida consistiría en renunciar.
Finalmente, me reconozco culpable de haberme permitido ser
manipulado por estas personas, situación que mi pobreza material personal por
fuera de mi familia, todo me sugiere que estas personas perpetuarán por la
simple razón de su poder jerárquico adquirido y su ambición, y que tendrá
ocasión de transformarse en escritos que serán de mi mayor pesar por sus
intereses recónditos y su descarada falta de escrúpulos. Han encontrado en mí
una persona con la capacidad de retratar la realidad que le envuelve y pretenden
explotarla a través de estímulos negativos; es un tremendo error que no querrán
aceptar por anticipado de mi propio juicio.
Visto desde una posición pragmática, mis posibilidades ante
el estudio, para alcanzar el éxito personal, son dos que dividen un amplio
abanico: Una es aceptar todas las lecturas propuestas y ser zamarreado entre
los intereses de los artífices educativos contemporáneos hasta perder mi
capacidad crítica, despersonalizarme y convertirme en un humano completamente
estisolerte[i];
o continuar funcionando en la manera crítica y racional que he adoptado a
través de mi formación autodidacta y esforzarme por ganarme el afecto de estos
personajes esquizoides tan característicos hasta que reconozcan mi capacidad y
la acepten dejando de lado sus egocéntricos deseos de manipulación y aceptando
mi colaboración espontánea y desinteresada hasta que la recompensen
adecuadamente. Otras opciones que pueden resultar hilarantes, incluyen sentarme
en una esquina con una lata esperando que las personas arrojen monedas dentro
de ella.
En definitiva, situaciones como esta se repiten
constantemente en mi vida. Charlas como la que tuve con la profesora Viviana,
he tenido cientos desde mi adolescencia y siempre han sido de todo punto
frustrantes como esta. De todos los argumentos que Viviana me pronunció, no ha
habido uno que yo no escuchase antes; de hecho, sólo me resultó agradable y
consoladora la sonrisa que esbozó sobre el final de la charla; y la que me
dirigió al entregar el examen recuperatorio, por cierto. Yo no soy un ogro. No
quiero ser un hombre detestable. La vida y algunos policías me golpearon más de
lo que hubiese deseado. Eso no puedo cambiarlo, mi visión no puedo cambiarla;
mi personalidad no puedo cambiarla. Esto es lo que puedo hacer, brindar un poco
de este intelecto absurdo como entretenimiento. Sonsacarle una sonrisa a un
profesor es algo un poco agradable. Pero también tengo que ocuparme del rugido
de mis entrañas.
En el curso de la materia pedagogía, la mayoría de autores contemporáneos que se trataron,
abogan por un cambio educativo, por una flexibilización del sistema evaluativo,
por una horizontalización de la transmisión de información… Pues a mí eso me
gustó y decidí llevarlo a la práctica. No me es de mayor importancia quién haya
propuesto este cambio primero ni cuál fuese el nombre de la persona que lo
describió; es una filosofía que me agradó y se gestó en mí o yo me gesté en
ella desde que tengo quince años; así sucedió, estoy cansado de indagar qué fue
lo que salió mal y por qué no puedo encajar; es momento de que encaje y ya, sin
más. El modelo en el que vivimos es competitivo; uno tiene que ser competente;
hay que presionar a otros y quitarles su espacio para convertirlo en propio. Yo
no soy incompetente, pero si fuese aún más competitivo, correría el riesgo de
ser prepotente, y lo cierto es que estoy en contra de la prepotencia. Es cierto
que muchas personas me empujan a ser prepotente, pero mientras pueda evitar
serlo, voy a evitarlo.
Si hubiese existido un método para que mi relación con el
sistema no fuese así, ya la hubiese adoptado; son nueve años ya de pena y
castigo, esta no fue mi elección. Si hubiese podido brindar todo lo que sé, a
cambio de dormir bien todas las noches y levantarme por las mañanas, no tener
pensamientos obsesivos y repetitivos ni compulsiones excéntricas, ya lo hubiese
hecho.
Yo imagino que de cierta manera muchas de estas personas,
profesores muchos, pretenden guiarme tácitamente hacia un enfrentamiento que
planean donde quieren que yo sea su David. Pero yo no soy David, soy Matías.
Soy una persona y tengo otros planes, como ser feliz con mi pareja, viajar para
conocer personas agradables, desarrollarme en el Surf y otras disciplinas del
deporte –que no son nada baratas- y no tener que rendir cuentas y justificarme
de mis creencias personales; en realidad quiero que mi capacidad intelectual
pase desapercibida y vivir más parecido a una bestia, porque no me alegra
demasiado estar tanto al servicio de personas que no me retribuyen por mi
esfuerzo. Yo todo esto no lo hago en vano, tiene una verdadera razón de ser
así.
Cuando escribo esto, soy consciente de tener arrebatos
emocionales que me demuestran en todos mis defectos y abren mis heridas para
que puedan hurgar en ellas incluso personas que desconozco. Sin embargo, me
reconforta la idea de que lo leerá quien deba leerlo y comprenderá la firmeza
de estas palabras y reconocerá en ellas la obra de una persona con verdadero
amor por el conocimiento, con aptitudes, preocupado, muy sincero y que promete
seguir trabajando en una obra que será prolífica y se ganará la aceptación de
las demás personas.
[i]
Conjugación de la palabra estisolercia, acuñada por el Profesor Jorge Mux, significando la acumulación de
conocimientos altamente específicos con escaso o nulo valor práctico.
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