miércoles, 5 de febrero de 2014

Adiós, Rabbit

23 de Noviembre de 2.013 - 22:19 hs.

    Ayer por la tarde llegué de correr. Tenía una hora hasta que me tocara turno de kinesiología. Saqué las pesas al patio, abrí la canilla de al lado del Rabbit; entonces lo miré
    -Hola, Rabbit. ¿Cómo estás? Te tienen cagado de hambre, ¿No? Yo te voy a traer algo de comer, que acá el único que se preocupa soy yo. Mirá te tiraron unos cabos de remolacha, te voy a traer alimento.

    Llevé la punta de la manguera hasta el cantero de delante del quincho: Usando la punta del dedo a modo de aspersor, regué un poco de agua sobre las plantas de menta y la de ajíes. Luego la dejé apoyada sobre la piedra volcánica que está entre la santa rita y el rosal rococó, para que se moje abundantemente la tierra de alrededor de las dos plantas.

    Entré al quincho y cuando busqué con la mirada bajo la mesada, donde habitualmente se encuentra el balde amarillo con el alimento balanceado, no lo vi. Entonces, reprimiendo una queja, levanté la mirada y lo vi sobre la mesada hacia la derecha, cerca del fogón; estaba destapado. Me acerqué, y al tomarlo, lo noté liviano; miré en su interior y encontré que apenas quedaba una palada de comida. Caminé hasta estar junto a la jaula, con el balde en la mano; tomé la pala y junté media palada, la eché dentro de la lata que está atada a la puerta de la jaula. Rabbit no se agitó ni se apresuró a subir para atacar la comida y me resultó extaño que se mostrara inapetente; tuve que inclinar el balde sobre la pala (que es muy finita), lo cual me requirió cierta especial pericia, para volcar la última cantidad de alimento sobre ella sin derrochar. Eché la última cantidad apurado, mientras Rabbit subía despacio a comer, sin ningún apuro. Luego seguí con mi día.

    Por la tarde llegué con Benjamín y jugamos un buen rato. Para cuando cayó el sol, llegó mi padre en la camioneta de su amigo con su equipo de windsurf. Benjamín estaba en el living mirando dibujitos animados y yo en el quincho lavando mis herramientas de coctelería. Luego de algunos instantes, busqué a Benjamín para que fuese a saludarlo. Cuando salimos, vi todo el pasto de mis vecinos de enfrente brillar con luces intermitentes de luciérnagas; le dije a Benjamín que prestase atención a lo que estaba viendo y lo invité a acompañarme para atrapar algunas; atrapé unas cuatro; una se escapó al instante volando, otras dos se fueron volando de a una, mientras que la última que extendía sus alas y no despegaba, traté de que Benjamín la tomase, pero le daba miedo (a pesar de que le repitiese incontables veces que no picaba); al final la dejé en el piso y se acercó a observarla, hasta que la escupió y lo reté.

    Esta mañana, mientras dormitaba, escuché que Benjamín le decía a mi madre que el conejo tenía encima luciérnagas (y me extraño que no dijera bichos de luz); su manera de pronunciar me causo gracia y me reí un poco. Luego de unos minutos, vino hasta mi cama a llamarme:

    -Mati, Mati, el conejo tiene lubfsiefbnahag'as encima...- y lo dijo con un tono especialmente intrigante.

Pensé en ir con él a saludarlo, pero reí un poco y le dije que dejase de hacer el payaso, ante lo absurdo de la idea.

    Al caer la noche, mi padre entró mientras yo estaba sentado escribiendo en la mesa del comedor; le pidió a mi mamá que lo acompañase y no quiso. Entonces se dirigió a mí y le dije que no me molestase; hasta que dijo:

    -Vení, viste que hoy Benjamín estaba diciendo que el conejo tenía bichos de luz encima... Bueno, está muerto.

    Y así fui hasta la jaula... Lo encontré recostado sobre el rincón, echado como siempre que hace calor... Inerte... Inanimado... Sin vida.

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