Cuando dejé de ser un niño…
Más bien, cuando me aventuré al mundo todavía era un niño.
Todavía tenía sueños e ilusiones y no comprendía muchas cosas. Todavía iba al
colegio cuando me aventuré al mundo y, sin consultar a mis padres, fui a pedir
un trabajo y empecé a trabajar como cadete en bicicleta. Era cadete, o
delivery, o mensajero. Cadete también es un puesto jerárquico; el más ínfimo.
En el ejército los últimos orejones del tarro son cadetes.
Al año siguiente empecé a trabajar como mecánico, “chepibe”,
alcanzatuercas. Y también como
Bartender; como Barman, mejor dicho; como barra; como lavaplatos y
preparatragos.
Yo hacía el trabajo que nadie quería hacer. El trabajo más
simple, lo más básico, lo que es necesario, que hay que hacer; pero nadie
quiere ensuciarse las manos para hacerlo. Los dueños y jerarcas los hacen, hay
que hacer esos trabajos; pero cansan y hastían.
A mí no me molesta lavar un plato. O engrasarme las manos. O
limpiar un inodoro, o juntar un vómito con un trapo.
Lo que se me hace difícil a mí es escuchar a los que mandan.
Yo a veces mando. Algunas veces pido ayuda o encargo tareas a mis compañeros de
trabajo. Es lo mismo que hacen conmigo los dueños y jerarcas que mandan.
A nadie le gusta que las cosas salgan mal. A nadie le gusta
equivocarse, ni ser miserable. A nadie le gusta observar la miseria ni
presenciar toda la seguridad de un infeliz caerse a un barranco.
Cuando empecé a trabajar era muy flaquito. Y fumaba. Fumaba
mucho. Y me costaba mucho hacer deporte y realizar trabajos de fuerza. Si tenía
que palear un día, por ahí me dolía la espalda una semana después.
Y no trabajaba todos los días del año. Porque cambiaba mucho
de trabajo. Porque me enfermaba o me sentía mal. Porque me trataban mal o me
sentía inútil. Porque no podía ganar la plata que yo quería. O porque, ansioso,
quería obtener todo rápido. O porque era o porque soy un inútil.
Entonces me fui de mi casa y me dije que yo podía proveerme
de todo porque yo era un hombre. Podía ganarme la vida con mi trabajo. Porque
yo había aprendido mecánica por mi cuenta. Porque yo era autodidacto. Había
aprendido mecánica porque se me había ocurrido que tenía que saber sobre eso.
Porque era condición indispensable para ser un hombre, para ser un macho. O se
me había ocurrido o lo había escuchado. O estaba escrito. O lo leí.
Esa era toda mi verdad. Y yo era un hombre, yo soy un
hombre. Y los hombres son machos. Tienen que ser machos. Los hombres no lloran,
los hombres no gritan, los hombres no se quejan; los hombres sufren en
silencio, los hombres cargan con su dolor y sus penas. ¡Los hombres son machos,
son fuertes! Si se golpean no se lastiman; si se lastiman no sangran; si
sangran, aprietan la herida para refrenar el sangrado; si el sangrado no se refrena,
se arranca la carne y la sangre y la grasa y así ya no hay herida, porque es un
síntoma de debilidad y es contrario a la fortaleza y la hombría.
Y me drogaba para no llorar, sentía dolor y me golpeaba
fuerte en el pecho, callaba y evitaba los comentarios fútiles. Y me encerraba,
me quedaba solo, me guardaba el dolor, renegaba de mi dolor, me debilitaba y me
fortalecía y no comprendía cómo dos cosas contrarias podían caber en mí. Por qué
era fuerte y me debilitaba, o era débil y me debía hacer fuerte. Qué era yo y
qué me hacía. ¿Era yo mi propio dueño?
Entregaba mi salud a cambio de mi dignidad y perdía mi
imagen. Dormía. Me drogaba para dormir. No podía olvidar y quería ignorar.
Devolvía mi dignidad a cambio de mi salud. Encontraba a todas las personas
afables o les proporcionaba todo lo que tenía. O por temor. O por respeto. Por
estupidez o por tozudez.
Escribía, siempre escribía. Tenía un momento de dolor y
escribía. O me admiraba de lo simple de la vida y hacía una poesía para
inmortalizar ese momento de felicidad efímero y solitario, absurdo y el mayor
provecho del mundo.
Aprendía todo por mi cuenta. Porque el camino era aprender,
no saber. Nunca sabía. Siempre estaba aprendiendo.
Hacía un arreglo en mi moto y era un genio de la mecánica,
tomaba mi tiempo y lo convertía en un portaequipaje, calentaba el acero y usaba
la morsa y golpeaba con el martillo y era un artesano y un herrero de
excelencia. Doblaba una vez y cien y medía con la escuadra, hacía cálculos,
sacaba el ángulo y volvía a corregir hasta que la pieza era perfecta, la más
perfecta.
Iba a trabajar a un taller y Fernando me preguntaba qué era
lo que tenía en la mano, yo le decía que un carburador, entonces él me decía:
-¿Eso es un carburador?
Y ese pedazo de porquería, esa inmundicia de aluminio
fundido, lleno de impurezas y bañado en grasa se transformaba en un montón de
pedazos, de piezas y tornillos; y perdía la forma y dejaba de ser lo que era y
yo me volvía un estúpido. Y la plata la paga Dio$, a mí qué me importa la
plata.
Yo me instituí como un limpiador de la mugre del mundo. Yo
me dedico a limpiar. Como una abeja se
traslada volando de flor en flor y se lleva unido a sus patitas el polen que
después lleva al panal; yo voy entre las personas, por los negocios y los
talleres, los restaurantes y los bares, juntando mugre que me llevo pegada a la
piel, adosada a mi cuerpo. Y después la llevo a mi casa y a mi familia. O me la
guardo para mí y me la como, y no me quejo ni lloro ni sufro, porque soy macho.
Porque tengo que ser un macho.
Lo que escribía con la mano lo borraba con el codo. Lo que
aprendía, luego lo desaprendía. Porque me ensuciaba y me volvía a limpiar.
Entonces nunca estuve sucio.
Y dormía, dormía; y odiaba dormir. Y tomaba cocaína y no
dormía y no lloraba; y me dolía, se me exaltaba el corazón pero yo no lo
sentía; me sudaban las manos, pero yo me convencía que esas gotas brillantes
que surgían de mi piel y tomaban colores a la luz eran lo más bello del mundo.
Y ojalá que quien lea esto, llore. Que llore conmovido.
Ojalá que vos que estás leyendo tengas los ojos vidriosos y estés llorando;
aunque seas más macho que yo. Aunque seas una mujer y seas la materialización
de la belleza y la delicadeza y sea tu función en el mundo la de verte
conmovida por el sufrimiento más absurdo o la negación más decorosa.
Ahora pasaron seis años y sigo haciendo mandados en
bicicleta. Y los vestigios de mi moto se borraron de todos lados, porque ya no
está conmigo. Y yo me volví bruto e ignorante. Y ya no escribo. Era sincero y
ahora miento. Y me da placer ser violento y vil. Y ya no soy macho y siento
dolor. Se me retuerce el estómago y pienso que voy a vomitar sangre.
Pero a los hombres yo los identificó por su gesto; yo los
veo a los ojos y los reconozco, los encuentro que no son ningunos machos y me
doy cuenta de todo su sufrimiento cuando me maltratan y también las mujeres. El
dolor les mancha los rostros y les ensucia todos completos, y sus bellezas
desaparecen y se transforman en esbirros.
Y yo que estoy limpio me llevo su suciedad y les consuelo. Me
da lástima. Me da mucha lástima. Sudar, gritar, mentir, lastimar, aporrear y
perseguir a todo trapo por un mendrugo y un charco de agua que lamer.
Resistir, esa es la función que tengo que realizar. Esa es
la función del macho. Yo soy la avanzada de la resistencia.
Porque no tengo nada y puedo resistir las penas para regalar
una sonrisa. Yo para lástima no quiero nada.
Y soporto todos los comentarios malintencionados de mi
hermana. Y tengo que conformarme con poder escribir unos párrafos muy absurdos.
Cuando yo entiendo toda la situación de principio a fin y tengo un millón de
palabras para explicar, pero se me atascan en el pecho y se me revuelven en el
estómago. Y yo los veo a los médicos y esos que le inculcan frustración y sombras
de grandeza para que venga a pisotearme.
Y tengo que conformarme con algunos párrafos absurdos cuando
yo quiero explicar que mi hermana es mi más grande frustración. Y que ella
tenía que ser un hermano y es mi hermana. Y se llenó de toda la malicia y todos
los vicios más oscuros que le ensuciaron su carita redonda que no puedo
limpiar. Esa cara de luna sin luz. Y ahora lo golpean también a mi hermano a
ver cuánto resiste.
Y entonces me quieren reventar, me quieren reventar en una
prensa porque soy un inútil y yo tengo que conformarme con pensar que quiero ir
a hablar con un psicólogo, pero que me va a costar plata.
Pienso que estoy psicótico y que es la peor locura de
encontrar a todos contra uno. Me pregunto por qué me canso y me siento
extenuado. Qué es lo que hago que me agota, si en realidad hago muy poco y hago
mal porque soy un inútil.
Voy a dejar que me hagan su chivo expiatorio y que tapen sus
errores con mi persona. Se van a arropar en mí. Y yo voy a resistir. Voy a
reventar en la avanzada de la resistencia. Una gran explosión se va a llevar
todo mi rastro.
Entonces puedo
escribir, pero resulta que soy un pánfilo escribiendo, entonces eso también lo
hago mal. Y no me van a dar nada por todo lo que hago mal. Porque lo único que
hago bien es ensuciarme. Y mientras yo me ensucio ellos se limpian.
Entonces, te voy a contar lector, que vos sos parte de ellos
para mí. Y como todo lo hago mal, te voy a dar las gracias. Gracias por leer
mis párrafos sin cordura. Gracias por ser tan gentil de explotar todo mi
potencial, de permitirme perder todo y no tener nada, de vaciarme de la
limpieza que me ensucia. Gracias lector, gracias de verdad. Gracias por estar
junto a mí mientras escribo. Y gracias por emocionarte por mí. Gracias lector,
de verdad te lo agradezco.
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