Martes, 19 de Febrero de 2.013
Hay hombres que pueden mover montañas... Roca a roca, palada a palada de tierra, puede trasladarla a otro sitio; o socavarla por debajo y construir entera una morada.
Hombres, los hay, que han hecho grandes obras de arte; pintado cuadros tan hermosos y hasta cúpulas enteras y paredes y techos. Hombres los hay, hombres, capaces de todo por un simple impulso.
Puede el hombre embarcarse en cualquier proyecto que se le ocurra o se le encargue; incluso aquel que se le imponga. Puede planearlo, proyectarlo, imaginarlo, idearlo. Al fin y al cabo, puede, con pausa intermedia o sin ella; con noches de sueño e insomnio mediante; con contratiempos y contra opiniones, realizarla.
Puede concentrarse en los detalles de su obra y pulir cada resquicio, puede iluminarla y darle color, contrastarla y también perderla en la inmensidad de un paisaje.
Hay hombres dedicados. Dedicados a la creación. Crean de similar manera a como ellos mismos fueron creados... A merced del imbatible tiempo.
Ahora, hay un momento en que la realización llega a su fin, el apogeo de su obra, el momento en que ya no le resta otra actividad que la de admirar su obra.
Entonces el hombre se sienta a alguna distancia y observa: Observa que ha construido un imperio sobre una montaña; observa una gran pirámide, la reluciente tapa de su nuevo libro; observa la sonrisa torcida y el gesto tan genuino que ha conseguido retratar y observa el producto de su esfuerzo. Observa y recuerda cada pincelada, cada piedra tallada, cada letra y cada palabra y cada frase y oración que ha conseguido plasmar.
Siente regocijo por su obra, recupera de alguna manera un brillo de energía de toda la que le ha entregado y siente orgullo de visionar que esa fisicura superará por mucho a su propio cuerpo blando y dócil. Siente asombro por la imagen del cúmulo del esfuerzo de sus días materializado en una única pieza.
Proyecta un uso y una utilidad para su obra, que puede ser tan simple como su admiración en medio de la ociosidad; la ociosidad que siempre reina cuando se detiene la creación.
Hasta que se fija en ella... Y toma fe en su propia capacidad; se hace dueño de su capacidad creadora y sintetiza su tesis: "He de crear, pero no lo haré para mí, que no tiene ningún sentido más que el de engrandecerme. Y si me engrandezco para crearme más perceptible que este simple cuerpo creador, ello es solo por simple atracción; una atracción natural hacia la atracción que me mueve a atraer".
No habría jamás tal misantropía que convenza al hombre de abandonar su atracción.
Y el hombre entonces decide que lo que desea es atraer a una mujer que disfrute su obra y lo ayude a mantenerla; decide que hará lo posible por inculcarle esa constancia con que la ha realizado y atraído. Se compromete a continuar atrayéndola, renovando cada día sus energías creadoras; que su energía creadora no se agote nunca antes que su cuerpo y que pueda sostenerlo tanto como pueda "to improve his own potential".
Y si la atrayese, de seguro olvidaría cómo lo hizo en su totalidad, obedeciendo a su potencial creador que incluso abarca la propia mecanicidad. Entonces se parecería a su obra, a esas pirámides que siendo todas lo mismo, difieren la una de la otra.
Y así, su mujer, diferirá de las demás; será única como cada una de sus obras.
Entonces se preguntará por la perfección y la estética y comprenderá que ellas son las dueñas de la creación, y que sólo se remiten a la constancia, que es la única que (sin referir el pasado) logra continuar la existencia de estos hombres.
Hombres, los hay, que han hecho grandes obras de arte; pintado cuadros tan hermosos y hasta cúpulas enteras y paredes y techos. Hombres los hay, hombres, capaces de todo por un simple impulso.
Puede el hombre embarcarse en cualquier proyecto que se le ocurra o se le encargue; incluso aquel que se le imponga. Puede planearlo, proyectarlo, imaginarlo, idearlo. Al fin y al cabo, puede, con pausa intermedia o sin ella; con noches de sueño e insomnio mediante; con contratiempos y contra opiniones, realizarla.
Puede concentrarse en los detalles de su obra y pulir cada resquicio, puede iluminarla y darle color, contrastarla y también perderla en la inmensidad de un paisaje.
Hay hombres dedicados. Dedicados a la creación. Crean de similar manera a como ellos mismos fueron creados... A merced del imbatible tiempo.
Ahora, hay un momento en que la realización llega a su fin, el apogeo de su obra, el momento en que ya no le resta otra actividad que la de admirar su obra.
Entonces el hombre se sienta a alguna distancia y observa: Observa que ha construido un imperio sobre una montaña; observa una gran pirámide, la reluciente tapa de su nuevo libro; observa la sonrisa torcida y el gesto tan genuino que ha conseguido retratar y observa el producto de su esfuerzo. Observa y recuerda cada pincelada, cada piedra tallada, cada letra y cada palabra y cada frase y oración que ha conseguido plasmar.
Siente regocijo por su obra, recupera de alguna manera un brillo de energía de toda la que le ha entregado y siente orgullo de visionar que esa fisicura superará por mucho a su propio cuerpo blando y dócil. Siente asombro por la imagen del cúmulo del esfuerzo de sus días materializado en una única pieza.
Proyecta un uso y una utilidad para su obra, que puede ser tan simple como su admiración en medio de la ociosidad; la ociosidad que siempre reina cuando se detiene la creación.
Hasta que se fija en ella... Y toma fe en su propia capacidad; se hace dueño de su capacidad creadora y sintetiza su tesis: "He de crear, pero no lo haré para mí, que no tiene ningún sentido más que el de engrandecerme. Y si me engrandezco para crearme más perceptible que este simple cuerpo creador, ello es solo por simple atracción; una atracción natural hacia la atracción que me mueve a atraer".
No habría jamás tal misantropía que convenza al hombre de abandonar su atracción.
Y el hombre entonces decide que lo que desea es atraer a una mujer que disfrute su obra y lo ayude a mantenerla; decide que hará lo posible por inculcarle esa constancia con que la ha realizado y atraído. Se compromete a continuar atrayéndola, renovando cada día sus energías creadoras; que su energía creadora no se agote nunca antes que su cuerpo y que pueda sostenerlo tanto como pueda "to improve his own potential".
Y si la atrayese, de seguro olvidaría cómo lo hizo en su totalidad, obedeciendo a su potencial creador que incluso abarca la propia mecanicidad. Entonces se parecería a su obra, a esas pirámides que siendo todas lo mismo, difieren la una de la otra.
Y así, su mujer, diferirá de las demás; será única como cada una de sus obras.
Entonces se preguntará por la perfección y la estética y comprenderá que ellas son las dueñas de la creación, y que sólo se remiten a la constancia, que es la única que (sin referir el pasado) logra continuar la existencia de estos hombres.
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